24 de abril de 1965: Memoria viva de una lucha por justicia

Han pasado seis décadas desde aquel día luminoso y sangriento en que el pueblo dominicano decidió lanzarse a las calles con una consigna clara: restaurar la Constitución de 1963 y devolver el poder al presidente legítimamente electo, Juan Bosch.

Era 24 de abril de 1965 y Santo Domingo amanecía con el rumor de los pasos apresurados, el golpeteo de las botas sobre el asfalto, y el eco de una patria que se negaba a seguir siendo rehén del miedo y del militarismo.

La Revolución de Abril: más que una revuelta

Lo que luego sería conocida como la Revolución de Abril fue más que una revuelta: fue un clamor nacional por la dignidad y el orden constitucional. Durante meses, la República Dominicana vivió una de las gestas más intensas del siglo XX en América Latina. Fue una batalla cívico-militar en la que miles de ciudadanos —civiles y uniformados— se unieron en defensa de una democracia quebrantada.

Del ajusticiamiento a la insurrección

Para comprender aquel estallido, hay que volver a 1961, cuando Rafael Leónidas Trujillo, dictador por más de 30 años, fue ajusticiado por sus propios compatriotas. Aunque el régimen colapsaba, sus estructuras militares, políticas y económicas seguían intactas.

En 1962, Juan Bosch ganó las elecciones con un respaldo popular contundente. Su gobierno promovió reformas agrarias, sindicales y educativas que incomodaron a sectores conservadores, tanto en el país como en el extranjero.

En 1963, apenas siete meses después de asumir el poder, Bosch fue derrocado por un golpe militar. Esa ruptura institucional sembró las semillas de una indignación que, dos años después, explotaría con fuerza.

El 24 de abril: cuando el pueblo habló

La chispa se encendió en los cuarteles 16 de agosto y 27 de Febrero, donde militares constitucionalistas se alzaron contra el Triunvirato, encabezado por Donald Reid Cabral. Ese mismo día, José Francisco Peña Gómez, desde Radio Santo Domingo, lanzó un llamado que cruzó barrios y conciencias:

“¡El pueblo debe lanzarse a las calles en defensa de la Constitución!”

Y así ocurrió. El 25 de abril, las calles de Santo Domingo se convirtieron en trincheras. Las banderas se alzaban con orgullo. No era una lucha por un hombre, sino por un principio: la soberanía popular. Ese día, José Rafael Molina Ureña fue juramentado como presidente provisional.

La radio anunciaba el inminente regreso de Juan Bosch desde Puerto Rico, pero en la Base Aérea de San Isidro, Elías Wessin y Wessin preparaba la resistencia. El objetivo era claro: impedir a toda costa el retorno de Bosch y de la Constitución de 1963.

La intervención extranjera

El 28 de abril, apenas dos días después del inicio del alzamiento, el presidente de EE. UU., Lyndon B. Johnson, ordenó el desembarco de miles de marines en territorio dominicano. Bajo el pretexto de proteger a ciudadanos estadounidenses, la verdadera intención era frenar lo que Washington temía: otra Cuba.

La ciudad fue ocupada militarmente. La lucha por la soberanía se enfrentaba ahora a un nuevo desafío: la intervención extranjera.

Un final negociado, una democracia en disputa

Tras meses de enfrentamientos, barricadas y duelos, el conflicto concluyó en septiembre de 1965 con un acuerdo mediado por la Organización de Estados Americanos (OEA). El costo fue altísimo: entre 5,000 y 8,000 muertos y una ciudad herida, pero no vencida.

Héctor García Godoy fue designado presidente provisional, con el compromiso de convocar elecciones en nueve meses, permitir el regreso de los exiliados, amnistiar a los combatientes y reincorporar a los militares constitucionalistas.

Francisco Alberto Caamaño, el líder militar del levantamiento, entregó el mando con honor desde la Fortaleza Ozama, aclamado como héroe por el pueblo.

Las elecciones de 1966 dieron la victoria a Joaquín Balaguer, antiguo colaborador del trujillato. Fueron unos comicios marcados por la represión, el exilio y el miedo. Comenzaba así una nueva etapa autoritaria, ahora envuelta en los ropajes de la legalidad.

Un legado que sigue latiendo

La Revolución de Abril transformó el curso de la historia dominicana y reveló el espíritu indómito de un pueblo que, al sentirse traicionado, supo alzarse sin temor. Aunque la victoria constitucional fue parcial, su legado quedó sembrado como un símbolo de resistencia, dignidad y lucha democrática.

Hoy, 60 años después de aquel abril ardiente, las consignas de los constitucionalistas siguen vivas en cada batalla por justicia, soberanía y libertad.

Porque hubo un día en que el pueblo se levantó —no por un hombre, no por un partido— sino por la Constitución, y por la esperanza de un país más justo.

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